Текст и перевод песни Jorge López - El Seminarista De Los Ojos Negros

El Seminarista De Los Ojos Negros

Desde la ventana de un casucho viejo
Abierta en verano, cerrada en invierno
Por vidrios verdosos y plomos espesos,
Una salmantina de rubio cabello
Y ojos que parecen pedazos de cielo,
Mientas la costura mezcla con el rezo,
Ve todas las tardes pasar en silencio
Los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
Marchan en dos filas pausados y austeros,
Sin más nota alegre sobre el traje negro
Que la beca roja que ciñe su cuello,
Y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
Marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
Gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
De que sus miradas observen los clérigos,
Desde que en la calle vislumbra a lo lejos
A la salmantina de rubio cabello
La mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
De aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
Y muere el estío y el otoño luego,
Y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
Siempre sola y triste; rezando y cosiendo
Una salmantina de rubio cabello
Ve todas las tardes pasar en silencio
Los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
Su seminarista de los ojos negros;
Cada vez que pasa gallardo y esbelto,
Observa la niña que pide aquel cuerpo
Marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
Con vivas y audaces miradas de fuego,
Parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
La labor suspende y olvida los rezos,
Y ya vive sólo en su pensamiento
El seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
La niña que alegre saltaba del lecho,
Oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
Por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
Pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
Con la beca roja por cima cubierto,
Y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
Los seminaristas iban en silencio
Siempre en dos filas hacia el cementerio
Como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
Los conoce a todos a fuerza de verlos...
Tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
El seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
Y allá en la ventana del casucho viejo,
Una pobre anciana de blancos cabellos,
Con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
Mientras la costura mezcla con el rezo,
Ve todas las tardes pasar en silencio
Los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
Sus ojos azules ya tristes y muertos
Vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
Del seminarista de los ojos negros...

The Seminarian With the Black Eyes

From the window of an old, rickety house,
Open in summer, closed in winter,
Through greenish glass and thick lead,
A girl from Salamanca with blond hair
And eyes that look like pieces of heaven,
While she mixes sewing with prayer,
Sees every afternoon pass in silence
The seminarians who are going for a walk.

Lowering her head, without raising her body,
They march in two rows, slow and austere,
With no cheerful note on their black suits
Except for the red sash that surrounds their necks,
And that almost touches the ground behind their backs.

One seminarian, among them all,
Always walks upright, with a resolute air.
The black cassock outlines his body,
Gallant and graceful, flexible and slender.
He, only stealthily and with the fear
That his glances will be observed by the priests,
From the moment he glimpses in the street from afar
The girl from Salamanca with blond hair,
He stares at her fixedly, with an intense gaze.
And every time he passes, he leaves her the memory
Of that look from his black eyes.
Monotonous and slow, time goes by
And summer dies, and then autumn,
And the leaden afternoons of winter come.

From the window of the old, rickety house,
Always alone and sad; praying and sewing,
A girl from Salamanca with blond hair
Sees every afternoon pass in silence
The seminarians who are going for a walk.

But she doesn't see them all: she only sees one of them,
Her seminarian with the black eyes;
Every time he passes, gallant and slender,
The girl observes, wishing that that body
Wore martial attire.

When he fixes his open eyes on her,
With lively and bold glances of fire,
He seems to tell her: "I love you! I love you!",
"I will not be a priest, I cannot be one!",
"If I am not yours, I will die, I will die!"
Then the girl's chest tightens,
She suspends her work and forgets her prayers,
And now she only lives in her thoughts
The seminarian with the black eyes.

On a rainy winter morning,
The girl who jumped cheerfully out of bed,
Heard sad songs and funeral prayers;
A funeral was passing by the narrow street.

A seminarian was undoubtedly the dead man;
Well, four were carrying the coffin on their shoulders,
Covered with the red sash,
And on top of the sash, the black biretta.
With their hoarse voices the clergymen sang,
The seminarians walked in silence,
Always in two rows towards the cemetery,
As in the afternoons when they went for a walk.

The distressed girl looked at the procession,
She knows them all from seeing them so much...
Only, only one was missing among them...
The seminarian with the black eyes.

Years passed, a long time passed...
And there at the window of the old, rickety house,
A poor old woman with white hair,
With wrinkled skin and a hunched body,
While she mixes sewing with prayer,
Sees every afternoon pass in silence
The seminarians who are going for a walk.

She suspends her work, looks at them, and seeing them,
Her blue eyes, now sad and dead,
Shed silent tears of ice.

Alone, old and sad, she still keeps the memory
Of the seminarian with the black eyes...