Текст песни El Mundo del Niño - Enrique Rambal
Escucha,
hijo:
voy
a
decirte
esto
mientras
duermes,
una
manecita
metida
bajo
la
mejilla
y
los
rubios
rizos
pegados
a
tu
frente
humedecida.
He
entrado
solo
a
tu
cuarto.
Hace
unos
minutos,
mientras
leía
mi
diario
en
la
biblioteca,
sentí
una
ola
de
remordimiento
que
me
ahogaba.
Culpable,
vine
junto
a
tu
cama.
Esto
es
lo
que
pensaba,
hijo:
me
enojé
contigo.
Te
regañé
cuando
te
vestías
para
ir
a
la
escuela,
porque
apenas
te
mojaste
la
cara
con
la
toalla.
Te
regañé
porque
no
te
limpiaste
los
zapatos.
Te
grité
porque
dejaste
caer
algo
al
suelo.
Durante
el
desayuno
te
regañé
también.
Volcaste
las
cosas.
Tragaste
la
comida
sin
cuidado.
Pusiste
los
codos
sobre
la
mesa.
Untaste
demasiado
el
pan
con
mantequilla.
Y
cuando
te
ibas
a
jugar
y
yo
salía
a
tomar
el
tren,
te
volviste
y
me
saludaste
con
la
mano
y
dijiste:
"¡Adiós,
papa!"
y
yo
fruncí
el
entrecejo
y
te
respondí:
"¡Ten
erguidos
los
hombros!"
Al
caer
la
tarde
todo
empezó
de
nuevo.
Al
acercarme
a
casa
te
vi,
de
rodillas,
jugando
en
la
calle.
Tenías
agujeros
en
las
medias.
Te
humillé
ante
tus
amigos
al
hacerte
marchar
a
casa
delante
de
mí.
Las
medias
son
caras,
y
si
tuvieras
que
comprarlas
tú,
serías
más
cuidadoso.
Pensar,
hijo,
que
un
padre
diga
eso.
¿Recuerdas,
más
tarde,
cuando
yo
leía
en
la
biblioteca,
y
entraste
tímidamente
con
una
mirada
de
perseguido?
Cuando
levante
la
vista
del
diario,
impaciente
por
la
interrupción,
vacilaste
en
la
puerta.
"¿Qué
quieres
ahora?"
Te
dije
bruscamente.
Nada
respondiste,
pero
te
lanzaste
en
tempestuosa
carrera
y
me
echaste
los
brazos
al
cuello
y
me
besaste,
y
tus
bracitos
me
apretaron
con
un
cariño
que
Dios
había
hecho
florecer
en
tu
corazón
y
que
ni
aún
el
descuido
ajeno
puede
agostar.
Y
luego
te
fuiste
a
dormir,
con
breves
pasitos
ruidosos
por
la
escalera.
Bien,
hijo;
poco
después
fue
cuando
se
me
cayó
el
diario
de
las
manos
y
entró
en
mi
un
terrible
temor.
¿Qué
estaba
haciendo
de
mi
la
costumbre?
La
costumbre
de
encontrar
defectos,
de
reprender;
ésta
era
mi
recompensa
a
ti
por
ser
un
niño.
No
era
que
yo
no
te
amara;
era
que
esperaba
demasiado
de
ti.
Y
medía
según
la
vara
de
mis
años
maduros.
Y
hay
tanto
de
bueno
y
de
bello
y
de
recto
en
tu
carácter.
Ese
corazoncito
tuyo
es
grande
como
el
sol
que
nace
entre
las
colinas.
Así
lo
demostraste
con
tu
espontáneo
impulso
de
correr
a
besarme
esta
noche.
Nada
más
que
eso
importa
esta
noche,
hijo.
He
llegado
a
tu
camita
en
la
oscuridad,
y
me
he
arrodillado,
lleno
de
vergüenza.
Es
una
pobre
explicación;
se
que
no
comprenderías
estas
cosas
si
te
las
dijera
cuando
estás
despierto
pero
mañana
seré
un
verdadero
papá.
Seré
tu
compañero,
y
sufriré
cuando
sufras,
y
reiré
cuando
rías.
Me
morderé
la
lengua
cuando
esté
por
pronunciar
palabras
impacientes.
No
haré
más
que
decirme,
como
si
fuera
un
ritual:
"
No
es
más
que
un
niño,
un
niño
pequeñito".
Temo
haberte
imaginado
hombre.
Pero
al
verte
ahora,
hijo,
acurrucado,
fatigado
en
tu
camita,
veo
que
eres
un
bebé
todavía.
Ayer
estabas
en
los
brazos
de
tu
madre,
con
la
cabeza
en
su
hombro.
He
pedido
demasiado,
demasiado.
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